Foto Ary
CON TU ABRIGO
Antonio Rodriguez Yturbe
Hoy me cubrí con tu abrigo. Era
suave, como los sueños dulces. A veces hay que pedir prestados los abrigos,
aunque no se le informe a su dueña. Es un préstamo totalmente inocente, pues a
veces, las cicatrices se abren y la carne se impregna de frío. Y no hay otra
cura que los abrigos que acarician el alma y calman la sed y sanan las heridas.
No se encuentran en farmacia esos abrigos. Porque la gente se ha olvidado que
la mejor medicina no son pastillas anti-depresivas, ni calmantes del dolor de
cabeza, ni controladores de tensión.
Son tan difíciles de encontrar
estos abrigos. Se puede pasar la vida sin darse cuenta que existen. Se puede
entrar en las tiendas y revisar en las estanterías, y preguntar. Pero, ¿cómo
explicar de qué están hechos…cuál es su naturaleza, su color, el material que
los hace diferentes y únicos. Menos aun podemos pedir que los confeccionen. Sería
como preguntar dónde se confecciona la paz, el cariño, la amistad, el amor, la
ternura.. Dónde están los hilos para elaborarlos o las manos que los tejen. ¿Es
que acaso se le puede pedir a las sombras que produzcan luz, o a los surcos
vacíos que hagan florecer semillas?
Abrigos como el tuyo se fabrican
con el corazón abierto, no en penumbras que ocultan secretos o con maquinas
electrónicas que hacen trazados o cortan moldes que encajan en cuerpo
prefabricados.
Abrigos como el tuyo nacen de la
vida misma con que su dueña los delinea. Están hechos con la sensibilidad de la
que se nutre la piel, con la sangre que el corazón distribuye en cada vena del
cuerpo. Su molde adquiere forma con lágrimas y sonrisas. No requiere mediciones
en centímetros, ni ancho de hombros ni curvatura en la cadera.
Su calor proviene de la transparencia
de la mirada, que abriga más que cualquier ropaje de invierno. Nunca podría ser
hecho en serie. Porque la dueña del abrigo es única, como único es su corazón e
inimitable su sensibilidad
Por eso la belleza de su abrigo solo
puede sentirse cuando se siente la belleza de su dueña. No hay otra manera de
poder entenderlo
Antonio Rodríguez Yturbe