Cuando siento las pisadas que todos los días
me acompañan
y recorren los mismos lugares,
se dirigen a las mismas personas,
cruzan al mismo ritmo y descansan
en las suelas de unos zapatos que encuentro
extraños,
ausentes de mis verdaderos pies,
puedo, a veces, separarme de mi piel,
y mirarlas en su mullido tránsito
conversando
con el mundo en sus palabras de barro y su aliento
de cortinas de humo y noches en blanco
o en negro o en gris,
barnizadas con la neutralidad de los años,
pisadas de algodón y silencio
y matizada rabia y calculada elaboración de efectos.
ARY
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