viernes, 8 de octubre de 2010

EL REGALO

 Foto Ary



Después del primer vaso de agua sintió que los sonidos volvían a su voz. Encontrarse así, de repente, con 300 correos destinados al amante de su esposa, no era cualquier cosa.  Era una gran cosa. La prueba irrefutable de que el papel de despistado le cuadraba a la perfección. Los había leído todos, con sus diversos estados de ánimo, sus explosiones pasionales, intimidades, ruegos, protestas, reproches, quejas y sumisiones. Hasta fotografías explícitas de cuerpos o partes de él con temperaturas elevadas. Una buena lección de anatomía descriptiva, si no fuera por las poses, que hubieran calificado con honores para algunas revistas que no tuvieran muchas exigencias de calidad fotográfica. Aunque en realidad, nunca el arte del desnudo es el que más vende, sino el detalle gráfico. ¿Cómo había logrado plasmar la imagen de tan específicos rincones carnales? Pensó preguntárselo, pero desechó la idea casi inmediatamente. Totalmente irrelevante. Por supuesto que el cuerpo femenino no le era desconocido, más aun, siempre se había considerado un apreciable conocedor de la materia. Sin embargo, qué distinto era verlo así, expuesto para otra persona que no era él.


Qué curioso es el engaño; desde chistes, conversaciones de sobremesa, susurros con voces casi inaudibles, rabias, vacío, depresiones, deseos de reciprocar... Podría elaborarse la mitad de un diccionario con términos de acción y reacción ante el descubrimiento  irrebatible del ingreso al mundo de los cornudos. Por supuesto que de inmediato surgen las usuales interrogantes: ¿Por qué no me dí cuenta? Todos los días por el teléfono, entre frase y frase, me enviaba un beso prometedor de momentos inolvidables. ¿Dónde estaban los signos, gestos, comportamientos, que hubieran hecho pensar que algo extraño ocurría?

Uno se acostumbra a los estereotipos. Lo que encaja en ellos constituye pruebas o indicios claros de que algo anda mal. Para eso, las telenovelas, el cine, las historias faranduleras, nos remiten a los casos del clásico maridaje de la intrusa con pérfida mirada que se introduce en  hogares impecables, o la inocente palomita que cae en las garras seductoras del galán de ocasión, o si queremos volvernos algo más aristocráticos, acudimos a la revista Hola, o Cosmopolitan para aquellos de menor linaje, y encontramos los grandes dramas del amor robado, perdido, frustrado, con el aliciente de las fortunas en pugna y los pleitos millonarios. En el fondo, apartando rumores, imaginación, culpabilidades y ofensas, la verdad es simple y desnuda de artificios; preguntarse sobre las causas, conduce siempre a callejones sin salida y ambiguas especulaciones.


Lo despertó la voz de Felicia: -¿De nuevo en las nebulosas? Debiste estudiar Astronomía, encaja mejor con tu personalidad-. Respondió con lo único que podía responder: una mirada de sorpresa y un auténtico desconcierto.


300 correos. No había prestado atención a las fechas, pero calculando uno por día, sumaban diez meses, y agregándole unos dos meses más de conocimiento previo en el que los primeros devaneos no fueron transcritos, resultaba la patética cantidad de 360 días en que el cuerpo de su mujer había sido compartido como la cena familiar.

No es que fuera ajeno a historias escabrosas o rumores de medias noches compartidas. Aunque los escándalos sociales nunca le provocaron interés, había escuchado y vivido demasiado como para asombrarse de un caso más en una larguísima cadena. Pero… ¿Felicia? Que todas las noches se colocaba la sábana hasta el cuello y siempre usaba pijama para dormir “porque así me lo enseñaron desde que tengo uso de razón”; la misma que organizaba las reuniones familiares, tenía estrictamente ordenadas las fechas de cumpleaños de todas sus amigas, y decía a cada quien lo que cada quien quería oír, la que reinaba en cualquier agasajo, no por su ligereza, sino por su porte y trato.

El crimen pasional no figuraba entre las alternativas. Es pasar de víctima a victimario sin compensación alguna. El silencio, por otra parte, significaría la aceptación de lo inaceptable y una valoración muy distinta del ser humano como condición imprescindible para seguir mirándose al espejo. Confrontarla con una abultada carpeta de cartas electrónicas con todos los entretelones del “corpus delicti”, resultaba melodramático hasta para un carácter sensible a elucubraciones folletinescas. ¿Encajaba él en el estereotipo?.

Se preguntó: ¿Quién más conocía o conoce de sus andanzas? ¿Soy el único que no se daba cuenta? ¿Qué pensarán mis suegros, revelarían una auténtica incredulidad cuando se enteraran de quién era? Felicia había demostrado perfeccionismo para cubrir sus aventuras.  Casi siempre hay indicios, al menos es lo que se escucha: ¿Te fijaste en ese vestido? parecía una tigresa hambrienta. ¿Estrenando shoes? y con esa combinación estás espectacular….¿De dónde salió ese perfume? ¿Te gusta? Hace un año me lo regalo Nelia y no-se-por-qué- estaba allí, guardado hasta que al fin decidí ponérmelo.

Desaparecer podría ser una opción a considerar. No se daba por enterado; simplemente se esfumaba del escenario en un crudo acto de ilusionismo y ante los demás quedaba como el malo  pero también el duro, de un drama que prontamente se haría público. Y sería una forma eficaz de evitar los susurros de conmiseración ante el desolador papel de marido burlado.

No estaba preparado para afrontar estas situaciones. ¿Quién lo está? No es un tema de discusión de sobremesa ni materia de curso en algún instituto. ¿Habría alguien entre sus hermanos a quien pudiera confiarle su drama? ¿Qué le diría? Mi esposa me engaña, -así, con lenguaje mesurado-, sin caer en las frases típicas del ritual coloquial. Encontré 300 correos de una relación que lleva un mínimo de un año. ¿Qué ganaría? miradas comprensivas, gestos de circunstancia, arranques de meditado asombro. Nada de eso borraría la inobjetable realidad.

¿Qué padre prepara a su hijo para el momento en que su mujer le haga sentir que su cabeza se desarrolla como la de un alce canadiense? ¿Qué culpa tienen los alces?, además nunca han asimilado sus protuberancias craneanas como pruebas de humillación. Todo lo contrario, Mientras mas fuertes y laberínticos sus cuernos, mas señoriales e imponentes lucen. Estaba seguro que por la mente de Felicia no circulaban tales disquisiciones. Quien es capaz de escribir 300 correos a su amante y saludar cada mañana risueñamente a su consorte, no puede plantearse problemas de fidelidad; eso no entra dentro de la estructura mental o como gusanillo de conciencia. Sencillamente forma parte del estado natural de las cosas.


En tono apenas audible volvió a sus interrogantes: ¿Qué diría si supiera lo que sé?. ¿Lo negaría contra toda evidencia, partiendo del supuesto de que instaurar la duda, implica en si misma una ganancia? No hay nada que perder, después de todo. ¿Qué puede aducir?: yo no he tenido relación  alguna con nadie que no seas tú. ¿Es qué acaso no vivimos juntos, amanecemos y nos acostamos juntos, discutimos, compartimos, tenemos los mismos amigos, vamos a los mismos restaurantes? Ni que quisiera, tengo tiempo para pensar en aventuras. Si lees bien esos correos, sin prejuicios, verás que son intercambios de opinión entre amigos, todos usamos una forma particular para expresarnos, algunas son de más confianza, otras más formales. Por otra parte, tu sabes que por Internet se dicen muchas cosas que en realidad no significan nada porque no se sienten. Tener una aventura por Internet, es como ser infiel con la computadora. Es un desahogo del espíritu que no involucra la carne. Todos fantaseamos, tú mismo cuando escribes tus cuentos, dejas correr tu imaginación, creas personajes, inventas historias, construyes dramas. Además – aquí estoy seguro que su rostro cambiaría, sus ojos se irían impregnando de rabia sostenida, su control a punto de desbordarse-, ¿con qué derecho lees mi correspondencia?, ¿es que no puedo tener  privacidad? ¿quién te dio permiso para hurgar entre mis cosas? ¡Me estás vigilando! ¡A mí, tu mujer, la madre de tus hijos!, que todas las semanas lavo tu ropa sucia, tengo listo tu desayuno, llevo los niños al colegio y encima trabajo todo el día. Déjame decirte algo: deja tus obsesiones, consulta un médico, discute con el espejo, si quieres. Tengo que ocuparme de demasiadas cosas para perder el tiempo con celos tontos. Después daría la vuelta y sentiría un golpe seco y contundente en la puerta.

-¡Juan Luis, vamos a llegar tarde… Puedes apurarte! Esa camisa no va con el traje, demasiado seria, tu no eres viejo. La tarjeta de invitación dice: Traje: informal-.  Las frases cortas e incisivas de Felicia le penetraron el cerebro esfumando sus reflexiones. Había olvidado la fiesta de cumpleaños. Para festejar sus 49, era la primera frase que se leía en letra Garamond magnificada. ¿Por qué la gente piensa que una letra con bordes sinuosos y fluidez de serpiente, constituye una declaración de elegancia? Más abajo, perfectamente centrado y en relieve: Pedro Acevedo Castor. Se preguntó si hubo algún roedor en sus orígenes. Quién dice que en el proceso evolutivo del hombre no haya una peculiar variedad de especies, un anfibio como el castor, cuyos órganos testiculares eran muy apreciados en la Antigüedad por sus aparentes propiedades energizantes.

-¿Estás listo?- La aguda voz de Felicia lo centró nuevamente a la realidad.
-En la puerta, mi vida- se oyó a si mismo en tono cálido y con cierto aire de obediencia subyacente.
-¿Y el regalo? No me digas que olvidaste comprarlo-. Su voz adquirió las inflexiones de un ´deja vu´. Pero en esta ocasión estaba preparado. -En mi mano derecha envuelto en papel con dibujos de otoño multicolor- respondió.

El timbre de la casa de Pedro Acevedo es bastante particular. Tiene figura de unicornio con su afilado cuerno en el lugar que debería estar la cola, y un color marfilado queriendo darle aire de noble antigüedad. Para presionar, se empuja la cabeza del unicornio y la punta del cuerno penetra en un pequeño orificio que al hacer contacto emite sonidos de raudo galope. La cursilería no tiene límites, se dijo, al tiempo que la puerta se abría y Felicia, sin esperar el saludo, entró como experimentada domadora en la jaula de fieras.

Él se dirigió a la mesa de las delicias, como la llamaba, desde la primera vez que fueron invitados a su casa. Tal profusión de quesos, lonjas de foie gras de Strasbourg, racimos de uvas como ramas colgantes y variedades de pan para satisfacer al más consumado sibarita. Desde allí podía observar el desfile de trajes y sonrisas, abrazos de felicitación y edulcoradas manifestaciones de aprecio.

Vio como Felicia se acercaba al círculo que rodeaba al cumpleañero, y de esa forma tan grácil y segura se hacía dueña del entorno. Siempre tuvo esa innata capacidad. Él no pudo evitar –nunca lo había logrado- quedar absorto contemplando su andar envolvente, la magia de su presencia impregnando el salón. Era un don y un arte, que Felicia había perfeccionado  y refinado.

Colgada del brazo de Pedro, paseó su vista por los invitados hasta encontrarlo. Trató de voltear hacia el lado opuesto de la sala, pero era tarde. Imposible no hacer caso a sus brazos agitándose al fondo del salón.
-¡Juan!, ¿qué haces?  Acércate… ¿verdad que está bello El Castor hoy?-. Siempre lo llamaba de esa manera. Al menos, a partir de la segunda invitación, cuando fueron a un partido de polo en el que Felicia no cesó de indagar, desde el origen del juego hasta el por qué las yeguas son más aptas que los caballos para su práctica. La sonrisa del cumpleañero era beatífica. -No sabes la cantidad de tiendas que Juan tuvo que preguntar para conseguir tu regalo. Decían que el DVD estaba agotado, pero al fin lo obtuvo. Tan cuidadoso se comportó que pidió que se lo envolvieran allí mismo, para que no me entrara el deseo de verla antes. Eso fue lo que me dijo. Aquí está la película que tanto querías. Te acuerdas que siempre te lamentabas de no haberla visto en el cine, por que la historia de la batalla de Las Termópilas te apasionaba. Pues aquí la tienes, espero que no hayas olvidado su título lleno de ese significado histórico: 300. Como el número de hombres que peleó junto a Leonidas. Extendiendo los brazos y con un beso en la mejilla, Felicia hizo formal entrega del regalo.


Mientras El Castor procedía a librarlo de su envoltorio, él se alejó imperceptiblemente hasta alcanzar la salida. No tenía interés en presenciar lo que iba a ocurrir cuando colocaran el disco y en la pantalla plana aparecieran en cuidado orden cronológico 300 correos electrónicos dirigidos al anfitrión. Además, la noche exhalaba una particular frescura, ideal para un largo paseo.

ARY