miércoles, 2 de junio de 2010

LA LLAVE


Foto Ary



Estaba seguro de haberla dejado allí, al fondo del segundo estante del lado izquierdo del closet, oculta por las medias. Parecía de cobre por el color, hasta que la tomaba y mis dedos sentían su fortaleza. Sus muescas indicaban un trabajo artesanal y su tamaño un símbolo. Hasta como arma defensiva podría ser útil. Mi interés era encontrarla antes que Fabiana se preguntara que hacía tan rudimentario instrumento entre mis posesiones. Tenía que estar preparado ante esa eventualidad y no es que no lo hubiera pensado, pero la desconfianza de Fabi era proverbial y mi hoja de vida no ayudaba a disminuirla.

Cuando entró al cuarto, estaba sumido en un detallado chequeo de los bolsillos de mis trajes.
-¿Se te perdió algo mi vida?- Su pregunta tenía una estudiada indiferencia perfeccionada por años de manipulación.
-Estoy seguro que tenía aquí el estado de cuenta del Banco. Falta en el archivo el mes de Febrero, fue el último que no enviaron por correo electrónico,- respondí, con mezcla de fastidio y naturalidad.
Me miró con la resignación que se otorga a los casos irrecuperables y entró al baño. Nunca cierra la puerta. Dice que si yo la veo diariamente vestirse y desvestirse y adoptar las mas incongruentes posiciones mientras duerme, por qué tiene que incomodarme toparme con ella en la poceta. Trato de hilvanar una respuesta que conjugue términos como delicadeza, espectáculo, privacidad,  pero su cruda lógica no acepta desviaciones.

La conocí en casa de María Inés, adonde había ido porque cocinaba como las diosas y la buena cocina siempre ha sido una de mis debilidades. Por la boca muere el pez, decía mi abuelo, aunque el se moría por cualquier sonrisa de mujer recién bañada. En eso siempre nos parecimos. Fue su hermana quien nos presentó. Si quiero ser honesto, fui yo quien se lo pidió, cuando la contemplé entrando en la sala con ese aire de quien se sabe dueña del contorno. Dos horas después todavía conversábamos y a los dos meses éramos inseparables.

Si hay algo que Fabiana puede regalar, vender, dar en comodato por toda la vida, es don de mando. Le encanta dirigir la vida de los demás y eso incluye la mía. No es que me incomode, ella es así, y el paquete lo tomas completo o no lo tomas.

¿Dónde estará la maldita llave? La última vez que descuidé detalles de este tipo, me colocaron una grabadora debajo de la cama que se activaba automáticamente con el sonido de la voz. No fue placentero escucharme contando al psiquiatra mi profunda depresión afectiva, que aceleró la definitiva crisis matrimonial y los señalamientos con dedo acusador de las amigas de mi ex.

Fabiana sale del baño. -¿Nada todavía?- Intento no enfrentarla con la vista, se torna a veces tan acerada que disuelve toda respuesta en estatus nascendi y proyecta sensación de culpabilidad. Es un proceso psicosomático en que la víctima se transforma en victimario con marca indeleble y no hay nada que hacer. Fait accomplie, como dirían mis ancestros franceses.

¿Sabrá algo de las cartas? Guardadas en un archivo de madera desteñida, apiñadas detrás de las carpetas con mis notas de clase, fotografías de fin de semana, recetas de langostinos con ciruela, en salsa ají dulce o en combinación con pasta de productos del mar. No hablemos de la partida de nacimiento, compilación de artículos de opinión, manual de entrenamiento para Golden Retriever, escritos juveniles… Una caja de Pandora ese archivo, pero, como todos, de obligatoria consulta para averiguar el origen de nuestras migrañas repentinas, sonrisas indescifrables y largos soliloquios junto a un respetable Bourgogne.

-Tengo que cubrir un evento esta noche- me dice, colgando de su hombro una de esas cámaras fotográficas absolutamente indescifrables para los ignorantes como yo. Lo mío es ¨point and shoot¨, no me canso de repetirle, y obtengo otra de sus perlas: la sonrisa condescendiente y un ligero ademán que intenta parecerse a un gesto cariñoso. Veo como da los últimos toques a sus labios, se alisa el pelo, chequea los mensajes del celular y sale con una frase que no alcanzo a oír porque estoy hurgando en los zapatos. Aprendí hace mucho tiempo que cuando algo se pierde hay que buscarlo en los sitios donde menos se piensa que está. Hagan la prueba: lancen una moneda al aire y no miren donde cae, luego traten de recuperarla. No es fácil y más de una vez no podemos encontrarla si usamos la lógica.

Fabi siempre usa frases cortas para hablarme: nunca he sabido si es por economía de la palabra, utilización más efectiva del tiempo, o porque simple y llanamente el lenguaje verbal no es su fuerte. El lente es su lenguaje y la foto su mas acabada expresión. Cuando me dijo cual era su profesión, pensé que las fotografías de nuestro matrimonio (si cruzábamos ese umbral) podríamos deducirlas del costo de la boda, sin hablar de una casa adornada con hermosos paisajes enmarcados en sobrios marcos distribuidos informalmente en la sala. Jamás pensé en insectos. Una mujer hermosa, segura de si misma, altiva y medio sifrina, ¿cómo podía dedicarse a fotografiar insectos? No hablo de abejas, saltamontes o coquitos. Me refiero a insectos sórdidos, con desagradable presencia y atemorizantes. Sus clientes no eran ciertamente los diarios o revistas de amplio alcance, sino laboratorios, biólogos, especialistas en botánica y todo aquel que considerara a Darwin uno de sus más fuertes mentores históricos.

¿Estará en el carro?, He encontrado desde revistas de historia hasta paraguas debajo de la alfombra del conductor. Ni hablar de los intersticios de los asientos donde seis meses después de dado por perdido, aparece un flamante y costoso bolígrafo. Es por ello que ahora utilizo anónimos instrumentos de escritura cuya desaparición no acarrea escozores patrimoniales.

La madre de Fabi no fue empatía a primera vista. Lucía es una de esas profesionales que todo lo sabe: química, trabaja en una compañía farmacéutica, y si A + B no es = C, hay una falla en A, o B tiene un defecto congénito. Y para alguien que como yo piensa que 2 +2 pueden ser 20 o 15, dependiendo del prisma con que se observe, algo tiene necesariamente que chocar en la relación. Es nada más cuestión de tiempo. Hace cuatro noches cenamos en su casa y continuamos con el infaltable juego de canasta. Continuar es un decir; si soy ignorante en el arte de la fotografía, podemos duplicar desconocimiento en todo lo relacionado con poker, canasta, bridge y cualquier juego que, como éste, me mantenga despierto hasta horas antiestéticas. Cuando el juego termina, pasan a recogerme en el sofá de la sala leyendo una revista HOLA, de unos años atrás, en que Felipe y Letizia se comprometían formalmente ante las sonrisas inmaculadas de la familia real.

Las cambiaste de sitio -¿recuerdas?-; el archivo exhibía un hueco que antes cubría una cerradura, además era demasiado conspicuo, invitaba a ser abierto por simple curiosidad y sería imperdonable actuar tan ligeramente. Una cosa es no poder impedir lo inevitable, otra crear las condiciones. Es como dejar rastros del delito en los lugares clásicos que indican las novelas de crímenes. Fabi no me hablaría más y mis potenciales suegros difícilmente me recibirían de nuevo en su casa.

Y ahora, ¿qué querrá mi mujer?, digo casi en voz alta, empuñando el celular.
- Mi vida, cambié de opinión- escucho en el auricular. El pan nuestro de cada día, pienso.
-¿Qué ocurre cielo?- Mi sorpresa suena casi genuina.
- Mamá tiene más de una semana deprimida y esta mañana cuando llamó casi no tuve tiempo de atenderla, así que te espero en su casa en una media hora. Llamé al primo Enzo para que fuera, con su humor le levanta el ánimo al más decaído y son tan buenos amigos.  Le tengo un regalo sorpresa guardado en el carro desde ayer y tu sabes como le encantan los regalos-. Y anticipándose a cualquier objeción de mi parte: -¡Ya deja de preocuparte por la llave!-
-Excelente idea Fabi-, respondí, mientras finalizaba un detallado registro del depósito y hacía un esfuerzo agotador para colocar los dos últimos cajones paralelamente.

Coloqué el candado de la puerta después de confirmar que todo estaba en su sitio original, y subí a bañarme. La búsqueda había sido exhaustiva y quince minutos más no harían diferencia.

La llave era la razón del cambio de las cartas. Se requería un lugar con un mínimo de seguridad. Debajo del colchón era demasiado infantil; despegar una de las lozas del baño  y abrir un pequeño boquete,  truculento y cinematográfico; enterrarlas en la jardinera de la terraza las convertiría en papel mojado, ilegible y sucio, sin contar que Fabi se esmeraba en el cuido de la siembra de albahaca, rábanos y un bonsai con naranjas liliputienses, que lucía fuera de lugar dentro de aquel común escenario. Fue un presente de cumpleaños de su mamá, enfrascada por esos días en el estudio de las bondades relajantes y armoniosas del paisajismo oriental.

El cofre fue lo primero que llamó mi atención en la tienda de antigüedades, pero la llave fue el detonante para su compra. Hacían una pareja perfecta, mezcla de elegancia y sincronización, ocre y caoba con vetas de palo de rosa y aquel click aceitado del contacto de la llave con el mecanismo de la cerradura coronando la compenetración de los elementos.

Mi primera intención fue de regalárselo a Fabi un día cualquiera, como esos regalos que se dan sin razón específica, por el placer de hacerlo,  pero la urgencia de desaparecer evidencias comprometedoras provocaron mis pasos siguientes.

¿Qué podía hacer? Las cartas se habían convertido en una amenaza a la estabilidad matrimonial y familiar, estaba dispuesto a quemarlas y a ese fin procedía la semana pasada, cuando Fabiana entró a la cocina y con burlona curiosidad exclama: -¡No me digas que mis ruegos han sido escuchados y estás preparando cena!-.  Me encontraba de espaldas presto a tornar cenizas el cuerpo del delito y no tuve mas remedio que introducirlas en el cofre que acababa de comprar y estaba recién desempacado. Di vuelta con el cofre cerrado en una mano, la llave en la otra y la más beatífica de mis sonrisas.

-¿Y eso?- preguntó, con la clásica neutralidad de quien quiere saberlo todo.
_”Eso” es un pequeño detalle que te va a encantar y acabo de guardar dentro de este cofre, el cual será abierto en una cercana y especial ocasión- respondí, procediendo de inmediato a hacer el click  con la llave, garantizando su resguardo.

Tengo el suficiente tiempo conociendo a Fabi, para saber que mis palabras sólo podían alimentar su curiosidad. Se acercó al cofre, contempló las ollas inmaculadas, me dirigió una mirada inquisitiva y dijo: -Si no hay comida, te sale invitarme fuera-, y agregó:  -Yo escojo-. Como es usual, el silencio y un gesto de aparente pesadumbre, fue mi asentimiento.

No me puse corbata. ¡Eres demasiado formal! , frase que Fabiana me repetía desde la noche que nos presentaron, surtía un efecto mágico para evitarlas. Abandoné la búsqueda con la esperanza de que un cambio de ambiente refrescara mis neuronas y me dirigí a la casa de mis eventuales suegros.

Sólo eran tres cuadras las que nos separaban. Esa corta distancia había sido causa de la continua presencia de Lucía en nuestro apartamento. Un día para descansar de su marido, otro porque había comprado unos langostinos frescos y sabía cuanto me gustaban, y cuando salíamos los fines de semana, insistía en quedarse cuidándolo. Estaba ya habituado a considerarla como una inquilina sin renta y con derechos.

Mis suegros –a veces, cuando bebían de más, me llamaban yerno y yo reciprocaba- se mostraban espléndidos cuando tenían visita. Esta noche no era la excepción. Estoy seguro que todo había sido preparado de antemano entre Fabi y su papá, para levantar a Lucía de su depresión y yo era el último en saberlo, pues en la mesa estaba la vajilla de eventos especiales, con dos botellas de vino tinto en el centro, -Malbec, por supuesto, después de todo, mis suegros eran argentinos y además de Mendoza-, y un número de cubiertos suficiente, como para desear tener a mano un conspicuo manual.

-Sólo faltabas tu, mi vida-, exclama Fabi, envolviéndome en su abrazo de cenas en familia. A pesar del tiempo juntos, no deja de asombrarme como sentirla en mis brazos puede aún provocar reacciones tan carnales.
-Tu sabes como es papá, especialista en improvisaciones. Todo está bello, y mamá en la gloria. Esto es un remedio mejor que todo el Zoloft, Lexotanil, y no se cuantos anxiolíticos, que le prescribieron. Por cierto amor, tengo algo que confesarte, y al tiempo que lo decía me llevó a un rincón de la sala, haciendo señas a su papá que contuviera unos minutos el saludo que venía a darme. Un lazo muy especial nos unía desde el día que me pidió le guardara una correspondencia muy personal.

Cuando una mujer te mira con una mezcla de ternura y malicia, hay que estar preparado, pero cuando se trata de tu mujer hay que inclinar la cabeza, poner cara de perfecta ingenuidad y aceptar de antemano la mas impredecible de las historias.
-¿Recuerdas el cofre que me mostraste hace una semana?- Asentí con una calma que el actor más consumado hubiera envidiado.
-¿Y de la llave con que lo cerraste diciéndome que dentro había un regalo para mí?-Nuevamente mi cabeza se inclinó levemente, aunque con algo de dificultad.
-Resulta que aquella tarde, vino mamá, y se lo mostré diciéndole que dentro había algo muy especial para mí. ¿Cómo te explico? Mamá se enamoró del cofre y yo le aseguré que a ti te encantaría que ella lo tuviera, pero con una condición.-
-¿Y cuál es?- pregunté con voz apenas audible, pensando que tal vez podía elaborar alguna estrategia salvadora. Y sin poder evitarlo, agregué: -¿Cómo lo abriste?-
-Eres tan despistado que aún no te has dado cuenta que saqué la llave del estuche de tus anteojos, y poco antes de que llegaras le entregué el cofre a mamá en nombre de los dos, eso sí, exigiéndole que sacara mi regalo y sin mostrármelo, te lo diera. Así seguirá siendo una sorpresa que ya me tiene loca de curiosidad.-
¿Dónde esta Lucía?- mi voz se transformó en un proyecto de suspiro.
-Salió toda emocionada a su cuarto para abrir el cofre y esconder mi regalo. Estoy segura que de un momento a otro se va a aparecer con una sonrisa absolutamente radiante-.

Miré con ojos suplicantes a mi suegro, en animada conversación con el primo Enzo. Estaban muy lejos para captar la dimensión de mi angustia. ¿Cómo podía explicarle a Fabi la verdad? Y decirle de una forma que pudiera aceptar, que en estos momentos su mamá debía estar leyendo en la perfectamente legible caligrafía de su marido, las pruebas de sus prolongados amores furtivos.


ARY.